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Daniel Guajardo y la Ciencia Ficción

Le Pulpo

Hoy (martes) se lanzó el libro “Ygdrasil” de Jorge Baradit en la Estación Mapocho.

Cuando supe, me bajó la envidia absoluta, “yo quiero estar ahí algún día” me dije y fue como si me dieran cuerda, de pronto me llené de ganas y fuerza por escribir, me llegó la urgencia como látigo y decidí que no me podía quedar atrás.

Hay que decirlo, publicar ciencia ficción es muuuuuuuuuuuy difícil. Hay algunos libros de autores chilenos en las librerías y la mayoría se me antojan demasiado descafeinados o arquetípicos para mi gusto. ¿Santiago el año 3000? Que fome.

De Ygdrasil alcancé a leer el primer capítulo, publicado por el ezine TauZero hace ya harto tiempo. Y es la cagá. Luego no se publicó el resto del libro porque había una editorial interesada. Y mira, Ediciones B en su colección NOVA publicaron el libro y lo lanzaron con bombos y platillos.

Por eso, y corrijo, “yo voy a estar ahí algún día”. Si es pronto o más tarde, no me urjo. Hoy me desperté y no he parado de soñar despierto con esa meta alcanzable y cercana.

Una vez estuve en la casa de Jorge Baradit. Era la primera vez que me reunía con otros fanáticos de la ciencia ficción como yo. Claro que ellos sabían más, han leído más, entienden mejor algunas sutilezas del mercado… en resumen, viven de eso. El motivo fue la entrega del libro “Pulsares” donde mi cuento “Semilleros” fue mención honrosa. Ahí creo que nos dijimos algunas palabras.

Esa vez llegué quebrándome con un libro que estaba leyendo y que había comprado en Manhattan, “Red Mars” de Kim Stanley Robinson. Nadie lo pescó. También traté de lucirme con el recocido que siempre digo cuando me preguntan qué otras cosas he escrito, que dos novelas y tanto cuento… y como que no me creyeron. Después me tuve que retirar y perdí el contacto. No hubo mala onda, al contrario, pero yo iba solamente a buscar el libro, no me esperaba una reunión de escritores de ciencia ficción y me sentí raro, como que no encajaba. Quizá porque era la primera vez y no conocía a nadie.

Esa noche, caminando a la micro llegué a la conclusión que no bastaba con escribir harto. Hay que compartir lo que escribes. Si nadie te lee, ni siquiera tus amigos o tu familia, nadie te va a leer jamás y eso que crees que es una obra maestra, no va a llegar jamás a los ojos de alguien que sabe del tema para decirte “te falta estilo” o “le pusiste muchos adjetivos”.

Tengo hartas ideas en la cabeza, ideas que si tengo el tino de procesar más (y mejor) antes de sentarme a escribirlas, sé que serán un exitazo. O que por lo menos alguien las va a leer y va a sentir que no fue una pérdida de tiempo. Pero hay que ser sistemático, tener un horario para escribir, porque es pega… y eso es lo que me falta. Me cuesta organizar mi tiempo y siempre quedo debiendo. O por no tener la historia bien formada he llegado a algún punto muerto y no puedo avanzar más en la escritura. Así con el mar de los sargazos.

Cómo comenzó todo

Mi primer acercamiento a la ciencia ficción fue un cuento de Isaac Asimov, “el sonido del trueno” creo que se llamaba. Lo leí cuando iba en sexto básico. Entonces como que me picó el bichito y en la biblioteca de mi viejo, que ha leído ciencia ficción desde que aprendió a leer y tiene cientos de libros… ahí encontré “El Hobbit” de Tolkien. Creo que fue la mejor manera de iniciarme como devorador de libros. Desde entonces no paré. En las vacaciones leía todo el día, como no era de la onda de bañarme en la playa o la piscina, ahí estaba el niño, con un libro. Diez o más por semana. Y así me surgías ideas pulentas que escribía en algún cuaderno y después trataba de concretar en relato.

La mayoría de mis cuentos, sobretodo durante la universidad, buscaban exorcizar mis demonios. Basta leer “Los matices del negro” o “la sangre y la sombra” u otros que pretendo publicar pronto en LiteraDura. Ahí hay harta pega de sicoanálisis, están mis miedos, ansiedades y deseos. Levanten la mano los que se pasaron rollos cuando adolescentes con la inmortalidad, la invulnerabilidad y otros poderes de súper héroe.

Luego me dio la weá y escribí una novela. Esa idea se me ocurrió en la playa ponte tú que el año 1991 ó 1992. La idea evolucionó, mejoró, hasta que la escribí en hojas de cuaderno. Tiempo después la perdí, pero me acordaba perfectamente.

Así que la reescribí en 1998. Esta vez traté de hacerla más coherente, menos cercana, con harto condimento. No me resultó tanto, así que la reescribí, le agregué, la mutilé, mutó tantas veces que la primera versión se parece muy poco a la última.

El año siguiente escribí otra novela, pero de ésa no quiero hablar. Está muy mala, fui demasiado pretencioso y creé un monstruo que no es fácil de leer, lleno de clichés y absolutamente personal, al leerla hace unas semanas me di cuenta que no era para sacarla a público, jamás.

Pero de ahí puedo rescatar algunos relatos como “Anemia”, la historia del niño carente que no puede morir. Presenté ese relato en un concurso de cuentos en la universidad y no ganó, pero se dieron el tiempo de leerlo a todos los finalistas. ¿Cómo es eso que mata a toda su familia y se va cantando el himno de los siete enanos?

Resumen y conclusión: he leído bastante y he escrito bastante como para sentirme satisfecho y avanzar hacia el mundo donde no se sueña tanto y se hacen cosas para que ocurran cosas. Tengo que escribir, y tengo que ser minucioso y sistemático, planificar la historia, los lugares y los personajes antes de decir “hoy escribiré el capítulo uno”. Y así, algún día, estaré donde Jorge Baradit está ahora, entre los pocos chilenos que han publicado ciencia ficción con una editorial reconocida. Ahí nos vemos.

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