El cerebro humano es una máquina maravillosa. Las ideas se compostan y mezclan como si habitaran en una juguera, y la mayoría de las veces no tengo consciencia de cómo llego a producir una idea compleja que se traduce en un cuento o novela.
Pero hay algo que sí sé y que he confirmado con el pasar de los años: mi mejor momento para escribir es inmediatamente después de despertar cada mañana.
Mi método no tiene nada de secreto. Al acostarme a dormir dejo que las ideas de lo que escribí y lo que quiero escribir fluyan libremente. Es un brainstorming que lentamente se diluye en sueños, mientras mi subconsciente se hace cargo. Y durante el sueño, mi cerebro procesa esas ideas junto con todo lo demás. En pocas palabras, dejo que mi subconsciente trabaje en la historia.
Así, cuando me siento a escribir a la mañana siguiente, muchos de los conceptos o problemas de la historia ya están resueltos. Y la escritura fluye.
Mientras más me demoro en comenzar a escribir, más me cuesta concretar las ideas. Por eso ya no intento escribir de noche, simplemente no puedo. Lo mejor, insisto, es escribir al despertar. Lávate los dientes, prepara un desayuno y ponte a escribir.