Reñau

En mis primeros años como escritor, tenía la extraña idea de que no había otros escritores de ciencia ficción en el país. Luego llegó Internet y por fin los encontré, pero antes del año 2000 de verdad pensaba que era el único que escribía ficción de Género fantástico en este rincón del planeta.

Es como pasarse la vida creyendo que a tierra es plana, o que los primeros humanos fueron Adán y Eva. Simplemente, lo pensaba y nunca me propuse averiguar si eso que yo sabía era cierto o no. Incluso sin evidencias de que fuera verdad, porque uno no se cuestiona sus propias creencias; por qué habría de cuestionarlas.

También creía que mi escritura era maravillosa y que cada nuevo cuento de mi pluma era la cúspide de mi proceso creativo. Contaba con los premios de los concursos a los que enviaba mis cuentos, porque en mi delirio obviamente iba a ganar, pero que nunca gané. No puedo contar las veces que me pasé el rollo en que subía a recibir un Oscar al mejor guion.

Pero esos eran fantaseos, en general. Y creer que iba a ganar todos los concursos porque soy el mejor escritor del mundo, ese, en cambio, era parte de un montón de falsas expectativas.

Hoy me fascina leer a los autores principiantes que se quejan porque el mundo es injusto o porque nadie aprecia su arte; y es que en realidad tienen unas expectativas tan altas que cualquier resultado distinto del éxito inmediato y sin trámite les causa una profunda frustración e ira.

Me fascina porque así era yo diez años atrás. Todos mis emprendimientos deberían acabar en un éxito rotundo, porque sí, porque razones, porque Yo.

Agregado en 19/09/2017: releyendo el artículo, me doy cuenta de que estoy definiendo a un Millennial, esa persona que nació a finales del siglo XX, que vivió una infancia digital cotidiana, que necesita esa inmediatez y dejar huella en todo lo que hace porque las redes son así. Y si lo defino así, tal vez todos los autores que vivimos con falsas expectativas somos un poco Millennial.

El fracaso es la base del éxito

Fracasar es necesario para aprender de nuestros errores. Somos animales, así aprendemos. Vemos un patrón y si es positivo, lo repetimos; o si es negativo, lo descartamos. La evolución nos hizo así.

Hay muchas capas de intelecto que envuelven al proceso puramente animal del aprendizaje. Pero es más o menos así: te equivocas, averiguas qué salió mal, lo resuelves y lo intentas de nuevo. Te vuelves a equivocar, averiguas qué salió mal y lo resuelves. Repetir tantas veces como sea necesario hasta que se obtiene un éxito. Ese éxito fue posible gracias a todas las equivocaciones anteriores. Cada vez que se repite el proceso, la probabilidad de fracaso es menor, porque ya sabemos cómo alcanzar el éxito.

Sé perfectamente qué puede pasar si meto la mano al horno cuando está encendido. Porque más de alguna vez lo hice y en más de una oportunidad me quemé. El aprendizaje fue doloroso.

Y cuando tenemos expectativas poco realistas como escritores, la quemadura es muy dolorosa, al punto que algunos deciden abandonar la escritura. No porque no haya un futuro como escritor, sino porque no hay un presente. Las expectativas son demasiado altas y los plazos muy cercanos; la quemadura no es un recordatorio de lo que salió mal para no repetirlo la próxima vez, sino una muestra de que el éxito parece imposible.

Esto último es grave. Las expectativas poco realistas nos hacen abandonar sin intentarlo por segunda o tercera vez. Es como tratar de aprender a tocar guitarra, tocando la de Led Zeppelin bien a la primera, a la misma velocidad, con los mismos trucos y efectos, cuando ni siquiera sabes afinar una guitarra; y arrojas el instrumento lejos porque es inútil seguir intentando. Abandonar al primer intento, eso es tener las expectativas por las nubes.

La proyección de la culpa

Hay un libro fenomenal que leí hace un tiempo y que a veces revisito: “Mistakes Were Made (but Not by Me): Why We Justify Foolish Beliefs, Bad Decisions, and Hurtful Acts“, “Se cometieron errores (pero no fui yo): por qué justificamos creencias estúpidas, malas decisiones y actos hirientes”, de Carol Tavris y Elliot Aronson. Allí hay cientos de ejemplos como estos que me ha tocado presenciar.

La proyección de la culpa o, dicho de otro modo, “fracasé, pero la culpa es de otro”. ¿A quién no le ha pasado? “Me fue mal en la prueba, porque el profesor me tiene mala”, “no gané el concurso, porque el jurado está comprado”, “los editores solo contratan a sus amigos, por eso rechazan mis manuscritos”.

Es un fenómeno normal, tan normal que resulta muy difícil detectar cuando se está proyectando la culpa en alguien más por errores propios. Es necesario alcanzar un grado de madurez importante para entrar en razón, y no basta con ser “adulto”, porque conozco “adultos” que se pasan la vida culpando a los demás por los problemas que causan con sus propias decisiones.

“Me fue mal en la prueba, porque el profesor me tiene mala” es un clásico. Cada vez que escucho ese argumento o uno similar, me queda claro que la persona no estudió lo suficiente para cumplir con el mínimo de conocimientos que le permitirían aprobar en un test. Es poner en el evaluador la responsabilidad por las fallas del evaluado.

Hay excepciones, como que el profesor redactó mal la pregunta o que la materia enseñada está incompleta o es inexacta; pero en general, me basta con que uno de mis alumnos haya respondido correctamente a las preguntas de un test, para saber que el problema no está en el material de estudio, sino en el o los estudiantes que no respondieron bien.

Agregado en 19/09/2017: “¿Profe va a mandar la ppt?” Al principio hacía mis presentaciones completas, las enviaba a los alumnos y ellos respondían calcado; y por eso mismo dejaban de poner atención a la clase. Así que luego solo hice punteos en la ppt y la materia se explicaba en clase; esto causó muchos malos promedios y frustración. Pero andá, no pusiste atención, el ejemplo que di en clases era re bueno.

“No gané el concurso, porque el jurado está comprado”, debo haber escuchado este argumento un centenar de veces en el pasado. Y la verdad más probable es que había un cuento que era mejor que el tuyo, a juicio del jurado. Fin. Si se eligieron diez semi-finalistas y tu cuento no quedó entre ellos, pues había diez cuentos mejores que el tuyo. ¿Por qué el autor llega a pensar que su cuento no tiene nada de malo y que el problema debe ser otro? Ese autor sin auto-crítica va seguir cometiendo los mismos errores.

“Los editores solo contratan a sus amigos, por eso rechazan mis manuscritos”, esto lo sigo escuchando y yo también lo creí, hasta el año pasado (2014). La verdad es que los editores buscan autores que les permitan proyectar ganancias para la editorial. Es así de simple y cruel.

Los editores, por lo menos en Chile, tienen que leer y descartar miles de manuscritos y borradores que no son prometedores. Porque el mercado editorial chileno es pequeño y hay apenas suficiente espacio para los pocos nombres repetidos que se escuchan año tras año.

Cuando surge un nuevo autor, generalmente es el/la ganador de un concurso X; y resulta que es del mismo grupo de los que ya te aparecen en la sopa, pero no porque haya amiguismo… Bueno, es probable que participaran en los mismos talleres literarios; pero también porque ese autor(a) comprende que si quiere figurar en el mundito editorial local, tiene que ofrecer un producto comercializable y exportable, y que tiene que ceder ante el editor(a).

En resumen: si no ganas el concurso, es porque tu cuento no merecía ganarlo; y si no te publican, es porque tu obra no es comercial, ni siquiera en un contexto de tiraje mínimo.

Soñar está bien

Tod@s somos soñadores, por algo somos escritores.

Yo sigo soñando a veces que mis libros despegan de las ventas miserables y se convierten en súper ventas que me permitan dedicarme solo a la escritura. Es una fantasía, que podría cumplirse si trabajo mucho para cumplir mis metas de mediano y largo plazo.

Pero es un sueño, es un deseo, una fantasía que se puede hacer realidad. No es una expectativa, no espero volverme súper ventas de aquí a un año; de hecho no espero lograrlo de aquí a nunca jamás. Mi próximo libro podría despegar como cohete y pagar las deudas, o podría ser igual de modesto que los anteriores. Y estoy en paz con esa idea.

Sé que depende de mí la producción de una buena novela de ciencia ficción juvenil, y ese es mi foco ahora. Seguiré soñando con el éxito y lo que podría hacer con toda esa plata, pero no seguiré nutriendo expectativas que solo causan frustración.

Avatar de Daniel Enrique Guajardo Sánchez

By guajars

Santiago, 1977. Daniel Guajardo (aka) Dan Guajars escribe las historias y su otro yo, el tenebroso, las disfruta. Se lo puede encontrar con el nombre de Daniel Guajardo en Providence, Chile.