EOWYN vs The NAZGUL by David Demaret

Sepan que no soy fan de Tolkien el autor. ¿Vieron la película? No es tan buena. Él nunca me interesó como persona, ni dónde vivió, qué estudió, qué enseñó. Para escribir este artículo revisé la Wikipedia; y salté las partes fomes.

Durante mi infancia adoré de los libros de J.R.R. Tolkien. El primer libro que leí porque quise fue «El Hobbit», creo que en 1988 ó 1989. Luego leí «El Silmarillion» y a continuación «El Señor de los Anillos». Los releí muchas veces. Tengo esa edición maravillosa de los tres libros ilustrados en un solo volumen ladrillo. También tengo los libros con los «cuentos perdidos» y otras obras fagocitadas por algún hijo del autor.

Al comienzo de mi adultez dejé de leer a Tolkien. Ya no me satisfacía la relectura. La última vez que leí «El Señor de los Anillos» salté todas las canciones y las escenas que describen bosques. Esa fue una lectura rápida. Años después intenté leerlo una vez más, pero ya no me agarró.

Cuando estrenaron las películas, las vi en el cine y quedé tan feliz y maravillado que las volví a ver muchas veces. Vi «La Comunidad del Anillo» como diez veces, en el cine. Si alguien decía «quiero ir a verla» yo decía que le acompañaba. E íbamos. Ahora poseo los bluray extendidos. Me agrada la idea de sentarme a ver las películas. Y en el futuro verlas con mis hijas, cuando entiendan mejor la razón metafórica de por qué decapitar orcos ficticios creados con artes oscuras, no es algo necesariamente malo.

La obra de Tolkien me acompañó en distintas etapas de mi vida, de diferentes maneras, y siempre es un buen recuerdo. Incluso esa vez que no quise continuar leyendo.

Pero no soy un fanático de su obra, menos de su persona.

Cuando salieron las películas, no entendía por qué había un grupúsculo de fanáticos (todos hombres) que odiaban los roles Arwen y Eowyn, o que lloraban la ausencia de los tumularios y de Tom Bombadil. Las películas no eran fieles a los libros. Casi que habían exhumado los restos de Tolkien mismo para hacerse un collar y bailar la Macarena.

Estoy siendo retórico. Sí entiendo los fanatismos casi religiosos. Y también conozco la sensación de tranquilidad espiritual, de comunidad y apego que otorga la pertenencia a un grupo que defiende lo que ama. Eso es mucho mejor que la alternativa: sentirse solo.

Y también entiendo los fanatismos literarios de algunos eruditos, con la obra de Tolkien. Estudian los textos y los subtextos y los contextos con obsesión. Desarrollan hipótesis que explican el mundo desde la mirada tolkieniana. Se saben los idiomas. Celebran la caligrafía. Leen los pies de página. No hablan de otra cosa y si es que lo hacen, es bajo el prisma de su erudición tolkieniana.

Y este es el asunto con los fanáticos tolkienianos. Celebran al hombre y su obra igual que un hijo venera a su padre, a quien le erigen estatuas en vida por su contribución teórica. Mientras la mujer les lava los calzoncillos fétidos a ambos y su nombre es olvidado por los libros de historia.

Tolkien era un hombre británico nacido a fines del siglo XVIII. Era un privilegiado (a pesar de lo que dice su historia como huérfano). Un conservador católico. Un moralista. También un monarquista. Que añoraba la estética de los romances heroicos y de un pasado sin progreso. Y que creó un mundo complejo, fascinante, anclado en esos pilares conservadores.

Tolkien escribió lo que quería leer. Tolkien escribió sus pasiones. Tolkien describió lo que conocía mejor, un reflejo algo borroso de su propia infancia. Todos los escritores hacemos eso mismo, de manera consciente (y algunos también no conscientes de lo que hacen).

Tolkien se pasó la vida armando lenguas y mapas y árboles genealógicos. Era su obsesión personal. Su pasatiempo predilecto. Por eso sus descendientes siguen publicando sus obras inéditas, porque la cantidad de material que dejó inconcluso da para llenar una biblioteca hogareña.

Y los fanáticos de Tolkien se conectan también con esas añoranzas. Y esos valores. Esa añoranza por un pasado mejor. Con heroísmo y caballería.

Y mujeres en segundo plano.

Tal vez por eso fui perdiendo la fascinación por su obra escrita, con el paso de los años. Porque no solo leí a Tolkien. Leí a Asimov, Zelazny, Bradbury, Heinlein, Le Guin. Amé a Zenna Henderson. Leía fantasía Y ciencia ficción (y algo de terror). Mientras esas lecturas evolucionaban, prefería menos fantasía heroica/épica y más fantasía urbana.

Recuerdo que en los foros del TauZero (primera década de los 2000) nos burlamos de unos autores españoles de fantasía épica (yo no inicié la cascada de burlas, pero participé activamente; y no diré los nombres de los demás; «hola-holitas»). Alguien ibérico publicó una esperanzada reseña de su última o próxima novela. Y ahí comenzó el columpio, por los nombres de personas y lugares (todo muy tolkieniano, pero hispánico) y por el viaje del héroe (sabíamos el final sin haber leído el libro). Fuimos re crueles, la verdad. Y soberbios. Muy soberbios.

Esos autores tolkienianos escribían lo que querían leer. Escribían sus pasiones. Describían lo que conocían mejor. Es lo que hacemos todos, los escritores, de una manera u otra. Y si alguna/alguno me está leyendo, espero que con el tiempo me haya perdonado.

Hoy, finalizando 2020, continúo sin declararme fanático de algo particular. A veces digo «soy fan de X», pero es solo una figura del lenguaje. Hay cosas que me encantan, hay otras que detesto, y hay muchas que están en el borde de uno u otro grupo a punto de pasarse. Así son los gustos, móviles, dinámicos, cambiantes.

Pero los fanatismos rara vez cambian.

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By Dan Guajars

Santiago, 1977. Dan Guajars escribe las historias y su otro yo, el tenebroso, las disfruta. Se lo puede encontrar con el nombre de Daniel Guajardo en Providencia, Chile.