Un Fuego sobre el Abismo, de Vernor Vinge

Aprovecho de hacer esta reseña ahora porque acabo de releer por décima vez este libro. Así es, y porque dentro de poco será el lanzamiento de la secuela; aunque sinceramente no estoy tan entusiasmado por la secuela, la compraré en Amazon cuando aparezca en paperback, pero no antes.

Encontré este libro, A Fire Upon the Deep, en una librería entre la 5a avenida y la 49, en Manhattan. Andaba por el barrio y justo pillé una librería enorme, que de buena casualidad tenía muchas estanterías repletas con títulos fantásticos. Y la verdad es que tenía ese título en mente, junto con otros, porque lo llevaba en una lista en manuscrita guardada en mi billetera. Diez libros de ciencia ficción que ganaron el Premio Hugo en la década anterior y que yo no había leído.

No encontré los diez, pero al menos encontré este, del que no tenía ninguna referencia, ni del autor ni de la obra. Solamente sabía que ganó el Hugo. ¿Arriesgado? Pues nones, para nada. Los ganadores del Hugo, al menos hasta el año 2000, gozan de mi total y absoluta confianza. Después aparecieron los niños magos y el premio perdió parte importante de su peso. Pero al menos los libros que ganan siguen demostrando un alto grado de calidad en todo aspecto.

Ya, al grano. Un Fuego Sobre el Abismo trata de una familia que escapa de un planeta donde despertaron a una entidad que llevaba millones de años dormida; un veneno mortal almacenado en un archivo del más allá.

Antes de seguir, debo hacer una aclaración. En esta novela de Vinge, así como en muchas otras de sus obras, la galaxia nuestra tiene unas zonas bastante claras y demarcadas; entre las cuales algunas cosas son posibles y otras simplemente no se pueden hacer. Mientras más cerca del núcleo de la galaxia estés, más estúpidas son las máquinas, y la velocidad hiperlumínica es imposible. Al contrario, a medida que se alejan del núcleo, las posibilidades tecnológicas son mayores y el viaje más rápido que la luz también. Las inteligencias artificiales se vuelven Poderes, civilizaciones completas evolucionan hasta transformarse en dioses. Si fuera fantasía, podría decirse que mientras más cerca de Ámbar, más difícil se hace caminar por la sombra.

Entonces, este Poder dormido despierta, engaña a los humanos y, en pocas palabras, se los come. Pero le falta algo, sabe que entre todos sus archivos hay uno que era importante. Y entonces descubre que una pequeña nave humana sí escapó.

Todo eso ocurre en las primeras tres páginas del libro. No te puedo explicar mi fascinación cuando lo leí la primera vez. La capacidad de Vinge para mostrarme lo que es posible casi en el borde de la galaxia. Lo que un Poder es capaz de lograr; los peligros de jugar con documentos cuánticos en una zona donde los dioses son reales, nano tecnológicos a nivel subatómico. Y donde cohabitan miles de razas interconectadas por una red de datos que abarca distancias que no me puedo ni imaginar; donde sistemas solares completos existen solamente como nodos de comunicación. La magnificencia de esas imágenes, esos detalles que para los personajes de la historia son tan simples… Es como estar dentro de la Basílica de San Pedro y darse cuenta de que sin creer en nada, ahí dentro uno se siente pequeño. Y no hay nada que se pueda hacer al respecto.

Los humanos sobrevivientes viajan en una nave de emergencia, que no es más que un cohete bien equipado; portando a un centenar de niños congelados en sus ataúdes de crío sueño. Y llegan a un mundo que es idéntico a la Tierra, a una zona que podría ser Alaska, ponte tú; donde habita una raza de perros inteligentes. Pero ándate cabrito, estos perros son inteligentes solo cuando se juntan cuatro o cinco, coordinando sus pensamientos a través de un complejo mecanismo de sonidos.

Si la idea de un dios ultra cuántico y nano tecnológico es abrumadora. Imagina una raza en estado medieval, compuesta por perros que andan en grupos y cada grupo es un individuo.

Hasta aquí no conté nada que te mate la lectura del libro. No hay suficientes párrafos para describir la historia completa. Ni siquiera es un espoiler. Porque todo esto, la entidad venenosa en el más allá y los humanos escapando al mundo de los Púas (así se llaman los perritos), todo esto ocurre en las primeras quince páginas, en un libro de más de trescientas.

El trabajo de personajes es notable. La construcción de mundos es abrumadora, no en el estilo empalagoso de Tolkien, sino como lo hacía Herbert en Dune. De hecho, el estilo del libro tiene mucho de Herbert, el narrador omnisciente que muestra a los personajes tal como son y sin máscaras. Los malos se sabe de inmediato que son malos y cuáles son sus planes, igual que los buenos. Y todo eso no afecta el hecho de que la novela sigue avanzando y no aburre nada de nada.

Solamente hubo algo que me hastió en esta décima lectura del libro. Porque al fin di con ello: la repetición constante de ciertos elementos de la historia. Ya sea por parte de uno u otro personaje, para volver a situar al lector en el mundo y su contexto particular.

Un solo ejemplo: a los Púas les parece muy extraño hablar con un humano; porque son criaturas de un solo cuerpo y pueden tocarse sin que sus pensamientos se contaminen con los del otro; y algunos púas hablan de esto en términos de blasfemia, “como tener sexo con un cadáver”. Leí esa frase al menos siete veces a lo largo del libro. Ya la entendí la primera vez, la segunda me quedó claro. A la tercera dije ok, no es necesario que lo repita… pero lo repitió varias veces más. Y así es con muchos elementos de la historia, que son relevantes para mostrar la estructura de pensamiento de algunos personajes. Pero al final es un poco musho, creo; sobre todo si es la décima vez que se lee el mismo libro, que sin saberlo de memoria, esos detalles son fácilmente reconocibles.

En general, ese pequeño detalle es minúsculo; si se mira bajo el prisma de toda la construcción de mundos y personajes que hay en esta historia. Es uno de esos libros que doy gracias por haber descubierto y leído, incluso releído; porque en cada nueva lectura aprendí algo acerca del proceso de crear mundos y personajes. Y de verdad me gustaría encontrarlo en español, poder decir “compren esta obra maestra de la ciencia ficción” y después hablar de ella. ¡Pero no está por ninguna parte! Es un libro que hay que leer. Vernor Vinge es un autor que hay que traducir y editar. Su novela “Al Final del Arcoíris” también ganó el Hugo y está ambientada en un futuro no muy lejano; a lo más una década en nuestro futuro, o dos.

Insisto, este es un libro que TIENES QUE LEER. Hay libros buenos, pero este es una joya.

Avatar de Daniel Enrique Guajardo Sánchez

By guajars

Santiago, 1977. Daniel Guajardo (aka) Dan Guajars escribe las historias y su otro yo, el tenebroso, las disfruta. Se lo puede encontrar con el nombre de Daniel Guajardo en Providence, Chile.